domingo, 21 de septiembre de 2008

"Ruido, ruido, o no podré soportarlo..."

Ahora que por prescripción facultativa estoy bajando a Madrid más en transporte público (por cierto, mola que a esas horas de la mañana conduzcan por ti) vengo observando la curiosa obsesión de la peña por meterse algo en la oreja. Desde las seis y media de la mañana, la gente se mete un auricular para oír algo, mayormente música, algunos la radio. A mi lo que me gusta por la mañana es esa quietud y ese silencio del autobús, pero con frecuencia son rotos por la chicharra del vecino, cuyo MP3 o lo que lleve deja bastante que desear o es que lo lleva a toda caña, porque suena al mismo volumen en su cabeza que fuera, sólo que fuera sólo se percibe una especie de bisbiseo agudo que si me pilla en mal día (y como saben mis amiguitos, eso es muy frecuente en Natrix) me convierte en psicópata asesina (bueno, tengo el umbral muy bajo, la verdad sea dicha). Y con el ruidillo siguen en el metro, en el bus, por la calle y hasta en el currele. Que vale, que a mi también me mola oír música a veces con los cascos, ok, pero no constantemente, me rallaría. Así que he llegado a una de mis conclusiones: la peña lo hace porque a) no se atreve a escucharse a si misma, o b) no hay nada que escucharse. Así que hay que llenar la caja craneal constantemente con la chicharra, o nos asomaremos al mortal vacío, o daremos con cosas de nuestro cerebro que no queremos saber... huy, huy, huy.